miércoles, 13 de enero de 2010

Un borracho en el colectivo


Viajaba en el 12, un colectivo celeste que hace el recorrido desde chachapoyas al norte de la ciudad de Salta y culmina en la terminal de ómnibus. Yo solía abordarlo cuando iba o venía del centro. A las 13, lo tomaba para volver a casa, y se llenaba en esa hora pico y de fuga luego de una larga mañana en el trabajo buscaba el fondo, para evitar ceder el asiento a alguna anciana quejosa que parecía envejecer aún más. Así iba y venía, venía e iba.
En las avenidas, se cruzaba, con el que venía o iba, y a veces los choferes se detenían y se pasaban un cigarrillo y una broma.
Yo vivía en tres cerritos, un barrio residencial, en un departamento sencillo por cuyas ventanas podía, debido a la altura, contemplar la ciudad. Para llegar allí, se doblaba a izquierda y derecha, incontables veces, mientras se ascendía o se descendía de la ladera de los cerros. Había grandes chalets y amplios y cuidados jardines, con flores asombrosas, que al mediodía, pintaban el paisaje, como un impresionista lo hiciera, generoso con los rojos y los violetas.
El aire, te reconfortaba cuando asomabas la cabeza por la ventanilla.
El hombre, con dificultad logró al fin, escalar los peldaños. El chofer arrancó y casi se cae para atrás. Se sentó en el primer asiento sin pagar boleto.
-está enfermo
-está borracho!!!
Y allí se mantuvo en precario equilibrio, ora hacia la izquierda parecía caer sobre el chofer ora hacia la derecha, una y otra vez en cada curva u contracurva.
De repente en una frenada pareció que iba a golpear su cabeza contra el parabrisas pero como un malabarista con sus piernas y pies afirmados se recompuso y volvió a sentarse.
Ahora todos los pasajeros prestábamos atención y así nos olvidamos todos por un rato de nuestra rutina y de la belleza del paisaje.

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