viernes, 25 de septiembre de 2009

Simon

Simon de samosata no era descuidado. Para nada, su biblioteca tenía un orden estricto. Los libros estaban dispuestos de izquierda a derecha de arriba hacia abajo. El orden tenía una lógica que correspondía exactamente a como había leído, su primer libro "el tigre de la malasia, estaba en lo alto a la izquierda" bastaba con mirar el lomo y el título para que simón recordara las aventuras de Sandokán y su amigo Yañez, trescientos libros adelante había un ensayo sobre Salgari, también recordaba que el autor nunca había viajado a la india, luego de un momento de perplejidad se alegró por la imaginacíon del autor italiano.
Vivía sólo en una cabaña y sólo salía de la misma para viajar a la ciudad a comprar libros y comida en abundancia.
La comida, se cosume con mis lecturas, decía con orgullo cuando charlaba con su amigo Oscar, librero que a veces invitaba a comer a su casa.
Así, por orden de lectura simón recordaba aspectos de su vida. Las Flores del Mal le recordaban a Eleonor, era el libro setecientos cincuenta " o tus lecturas o yo", le había dicho esa tarde interrumpiendo sus lecturas de Ovidio, la metamorfosis, el levantó los ojos y escuchó el portazo.
Estaba leyendo, El hombre sin atributos, cuando se enteró del golpe de estado, así que entre el libro dos mil ciento cincuenta y el dos mil cuatro veinte se las pasó leyendo novelas policiales.
Así se conformaba la biblioteca, tuvo que ampliar la casa de izquierda a derecha, por suerte el terreno era plano y había calculado que moriría en el número diecisiete mil once.
El libro que estaba leyendo no le gustaba demasiado, es que aquella vez no estaba Oscar y la señorita que lo atendió le había vendido un betseller. Ya en la primera página, Simón adivinaba el final, pero debía cumplir el mandato. Al terminarlo, con fastidio lo colocó en su lugar correspondiente. Tenía algo de sueño y se acostó a dormir.
Soñó como siempre relaciones de sus lecturas, un cuento de Borges, tal vez nunca escrito, era una biografía breve sobre el autor del libro de arena, escuchó la voz de un poeta recitando "el verso que me falta", sherezade, las mil y una noches y en lo más profundo vió su biblioteca. Sus libros se entremezclaban, enojados por la compañía del último libro. Si el orden cambiaba, soñó que soñaba, todo su ser se desintegraría y ya no sería él al despertarse, hizo el esfuerzo y se despertó.
Entró a la biblioteca, tomó el último libro y lo arrojó al fuego sin tristeza:

miércoles, 23 de septiembre de 2009

lunes, 21 de septiembre de 2009

Mi primo Juan

Las manos no correspondían con ese cuerpo macizo, algo pequeñas y blancas, manos para escribir y soñar, para suavizar palabras . Me recordaban a las manos dibujadas por Miguel Angel, ese índice de Adán, tocando el botón, el timbre que nos abre la puerta del cielo. La camisa blanca arremangada hasta la mitad del antebrazo, camisa de vestir, de primer traje que intercambiaba con su primohermano Jaime para las fiestas de quince, aunque Jaime fuera un poco más flaco y alto tan buen mozo como él, al decir de sus admiradoras, más ligero wing tres cuartos, hábil para esquivar la torpeza del tackle. Juan en cambio era el ala, el que se arrastraba rompiendo piernas, el que terminaba con las rodillas embarradas. Pero Juan era el más grande, el propietario del nombre de mi abuelo, porque era el mayor de los primos. Cuando surge su nombre, se me aparece él y su ser se transforma en algo que uno quiere contar y no puede del todo una imposibilidad técnica de relatarlo porque era más en sí mismo en su invisibilidad que en la descripción de sus apariciones.

"No es nada tía", le decía a mi madre, tenía la frente ensangrent:.ada" fué solo un tronco que estaba bajo el agua", porque el río había crecido demasiado ese enero en Salta, después de Reyes, cuando la casa se llenaba de primos y nos íbamos al río y los más valientes se tiraban desde un árbol, de cabeza, en un concurso de temeraria inconciencia. Desde lo más alto Juan se tiró al pozo sin sopesar el peligro, dijo Jaime, ese río que parecía tan manso antes de la lluvia, ahora bajaba banda a banda hachando los costados, arrastrando troncos y piedras y todo se mezclaba bajo el agua chocolate, todo lo posible.

Después de estar entre primos, en unos pocos días, Juan se mimetizaba en una totalidad donde nos mezclábamos hasta conformar una banda de poetas improvisados. En la casa, que llamábamos la veinte, porque éstaba en la calle 20 de febrero, estaba la matriz, allí las paredes transpiraban un lenguaje propio, que intentabamos descifrar en el crujido de la pinotea las noches de insomnio donde alguien creía ver fantasmas y aparecidos. Donde las mariposas nocturnas chocaban contra el cieloraso.

Tras algunos años, ya en Buenos Aires, fuimos a veranear a Pinamar, en el auto lleno ; Juan iba sentado en el asiento de atrás. LLegamos la madrugada del primero de año, en plena sudestada, fuimos directamente a la playa a ver el amanecer, todo era de arena y viento, y el mar bramaba. Juan en calzoncillos, corrió y se hundió entre las olas desapareciendo por un rato, luego regresó hacia nosotros, como el Bautista dijo mi padre, loco y sagrado.
Hay dispersas en mi memoria visiones de Juan Carlos, cómo trataba a su madre de tú, él que trató de comprender la historia de amor de su madre con el hermano de su padre. Epoca en que formaban una curiosa familia entre primos hermanos, mezclados en el caldo espeso de esa historia densa digna de un relato shakespiarano y sin embargo todo sucedía como si la normalidad adquiriera otras formas, tan diferente a las convicciones burguesas.
-Hola primo, me saludó desde la calle, era noviembre del 74, su rostro envuelto por la lluvia, yo estaba sentado junto a la ventana en el café La Paz, eran como las 11 de la mañana, tenía la cabeza cubierta por un anorak azul. Entró, nos abrazamos, ahora ya era de su tamaño y sentí el olor inconfundible de su cuerpo, olor de par, de la inconciencia de la sangre. Le comenté "Bizancio como un flojo cognac dentro de mí", Vallejos, dijo y se sentó quizá de tal modo como si por primera vez me viera , como si siempre hasta allí, me recordara mezclado entre los demás primos. Observé sus manos, allí sobre , la mesa, intactas y blancas .
Me acuerdo, me dijo, cuando vimos la Ni Vencedores ni vencidos , el despelote y la esperanza, fué hace menos de un año y ya todo está tan desgastado. Tenés que ver Aguirre, es increíble el comienzo es tan hermoso y triste ese final, ese Kinsky mounstruoso y solo, sabés primo? los Dávalos tenemos algo de eso, era fines del milquinientos estaba loco y remonta el Amazonas buscando la ciudad del oro. la mayoria de los actores son aborígenes vestidos de europeos, irrisorios y reales. Es la esencia de la conquista y de la locura de nuestros antepasados, al final llega a la desembocadura del Amazonas en una balsa llena de ratas pero no lo sabe.Este Herzog es inmenso, creo que me dijo .
-La veré, te lo prometo, luego hablamos de mi hermano, Balta está loco le dije
-Todos lo estamos, querido primo.
Quedamos en silencio mirando la lluvia cómo caía sobre el pavimento de corrientes, más allá del kiosco y de nosotros.
Unos días después mi primo fué asesinado por la triple A.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Espartaco

Cierto escritor, menciona que los hechos son irrepetibles. Tal vez por eso uno los recuerde como remembranzas de una realidad que se nos escapa. Aquel pavo me izo retroceder, sorprendiendome . Abrió sus alas, y emitiendo un sonido estridente, se me acercó, como para atacarme. Un terror me arrastró y caí a la fosa, de espaldas, para mi estatura de seis años, era una caída larga demasiado larga en medio de la siesta.
Mi hermano y yo, no sé como, cruzamos la pared medianera e invadimos ese terrirorio desconocido, el aserradero en busca de aserrín, con él haríamos una pista para un circo. No importa cual sería el número, necesitábamos material y allí lo conseguríamos. También nos proveeríamos de madera para hacer las espadas como en Espartaco, yo lo seré, me dijo, vos Cayo Craso. Todos los días escuchábamos la sierra tras el muro, el posterior olor a madera herida, perfume de árbol, fresca y blanca. Luego el ruido de los tablones murmurando como si al apilarse recuperaran la memoria, eso me decía mi hermano, en el fondo de la casa, esa casa llena de poetas. En la película, el actor moría crucificado por su rebeldía, no haríamos esa réplica sólo la del entrenamiento y el plan ya estaba ahora trazado. El aserrín, llenaríamos el fondo de aserrín, por eso estábamos en el aserradero y yo caí en la fosa, nos descubrirían, pensé, si gritaba para pedir auxilio. Abrí los ojos, desde el fondo ví la cara de mi hermano, me ayudó a salir, lloraba en silencio, me costó mucho subir la pared, luego supe que tenía fracturada la muñeca. si te callas, me dijo, serás Espartaco.
Le dije a mi madre que me había caído de la bicicleta, luego hicimos el circo y el yeso me sirvió para protejerme de los golpes de la espada de madera

lunes, 14 de septiembre de 2009

Martín

Mi tío Martín era un activo integrante de la familia. Una especie de Organizador necesario en este grupo de seis hermanos varones ; proclives al arte y en el caso de mi padre, al desorden. En los cincuenta se vino a Buenos Aires, se hizo gendarme, cosa que tuvo el fin que tenía que tener. Un brote de locura que lo llevó a una internación de tres meses en el Hospital Borda, lugar, que muy probablemente, haya dejado huellas profundas y muy disimuladas, por su gran espíritu creativo.
Si debiera definirlo por un talento en particular, creo que de todos, era el más diverso. Podía tocar en la guitarra, un concierto de Albéniz o inventar una cancion o vender libros o escribir un cuento o tántas cosas que solo un espíritu inquieto podría emprender. Por eso, cualquier cosa que contara de sus andanzas, omitiría otra tan verídica como inverosímil.
Así lo recuerdo, tocando su vidala para Arturo, bajo un algarrobo, con su canto límpido, en la quebrada de San Lorenzo. Perfectamente lúcido, como si la locura que alguna vez lo visitara se replegara y trasmutara en su arte inocente y puro.

jueves, 10 de septiembre de 2009

EL GRAN PEZ

sabes, una vez me sorprendio la noche y tuve que andar como perdido por el monte. LLevaba una tropilla de peruanos, por el cauce del río de Salta a Luracatao. Tardaba alrededor de tres días, en llegar. Tenía diecisiete años, y ya empezaba a pintar mis primeros cuadros, me gustaba en las vacaciones, andar, por ahí y era una experiencia eso de arrear una tropilla y ver cómo se mostraban los cerros a medida que avanzaba, lento, sin apuro, los caballos se juntaban solos como si obedecieran a una orden secreta. El primer día me costó un poco juntarlos como si se rebelaran al viaje, pero este segundo día, luego de dormir con la cabeza apoyada a la montura, me desperté y me propuse andar veinte leguas, río arriba. Fué un día de puro sol, llevaba charqui, pan y agua en una bota, fresca, agua que llegaba mansa de las vertientes, y que calmaba esa sed que uno tiene en la juventud. Así anduve hasta que me sorprendió la noche sin saber deonde me encontraba. A lo lejos sobre un promontorio, ví lo que parecía una construcción, oscura contrastando con la semioscuridad, un edificio extraño, demasiado grande para ser una casa. ´Desmonté y empecé a subir con bastante dificultad por un camino escarpado al llegar me encontré con un enorme portal, abrí las puertas y para mi sorpresa me encontré con una Iglesia abandonada, sí a medio construir, como si se hubieran arrepentido o vaya a saber qué cosa. había algunos bancos, un púlpito, y un techo a medio construir. En silencio de media vuelta, monté y seguí viaje. Desde ese momento, la sueño e intento pintarla, nunca pude saber si fué una alucinación, porque aunque varias veces en mis viajes al valle, traté de ubicarla, no pude.
Mi padre, me contó eso alguna vez, y nunca vió el Gran Pez. Pero pintó Iglesias imaginarias inspirado por DeChirico y por él mismo:

viva el futbol

Me quedé sin balas
mientras camino
por el callejón
busco argumentos
no tengo plata
ni reloj
puedo darles un dato
la dirección de mi enemigo
dos pájaros de un tiro
contarles algun chiste
de gallegos
o que me expliquen
porque no fueron a clase
quizá eso los enoje
y sólo me perdonen la vida
porque tuve suerte
o era el hombre número trece
o que soy pelirrojo
y cojo
por las dudas
rengueo
y me apoyo con mi mano en la pared
me ignoran
estan ocupados
viendo el partido
en el interior de una casa
viva el futbol

lunes, 7 de septiembre de 2009

tirabuzones

El vino, viejo compañero del silencio, suele evitar las herejías. He visto tantas afrentas a su sedosa estirpe, que muchas veces ante tanto sacrilegio, indignado, me retiré de reuniones, donde se servía con hielo y en vasos de cartón. Un viejo López, no merece ese agravio y qué decir de aquellos millonarios, que beben y mancillan los honores de los Rutini y los Catenas, desaprovechándolos con agua, qué calamidad.

Pero si hay un objeto que delata a los sacrílegos, este se llama tirabuzón. Sí, este tan útil instrumento, lo es para los buenos bebedores, que saben y conocen la liturgia. Hay algo similar en los buenos cigarros. El tirabuzón y el vino tienen una comunicación, que solo con el paso del tiempo, y los fracasos uno puede detectar. Cuantas veces ante la falta de un buen tirabuzón hemos recurrido al tramontina y terminamos derrotados, hundiendo nuestro índice, rompiendo el himen, llamado corcho y salpicarnos pantalones de buena calidad.

Hay tambien sacacorchos, que tienen como dos bracitos y que a medida que uno gira van subiendo sus alas para arriba, luego como sabemos, bajamos ambas y destapamos, casi sin darnos cuenta esa buena botella que hemos de beber.

Pero es una operación que tiene algo de asepsia, y que no nos permite el disfrute total que nos dá un verdadero tirabuzón con forma de té, ese es el medium que nos acerca a la sublimación de tomar un buen vino.

Y en ese sentido quiero contarles que los he visto, sí, con su víctima de alcornoque, el corcho, ensartada y en distintas posiciones. El buen tirabuzón debe ser un objeto simple, con cabo de madera que nos permita hacer una profunda pero casi invisible incisión en la carne , el hímen, que nos separa del placer. Y para eso; en nuestra operación, cómo no escuchar ese pluc!!! que precede al ritual de beber un gran vino.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Ciclista

Veo un hombre que lleva a su mujer sobre una vieja bicicleta. Tendrá más de sesenta y la mujer vá sentada en un asiento construido en el manubrio. Aferrada , como si temiera caer. le habla con dulzura como animándola Van por la calle, se alejan. Pienso en la fuerza de las piernas cuando se monta y dá el primer envión. Se alejan, despacio vacilando, hasta que adquieren un ritmo uniforme y se funden en la distancia. Me imagino el fin del recorrido, la casita en una calle polvorienta, recien pintada. Al llegar, debe tomarla entre sus brazos, sentarla en una silla. Cerrar tras de sí la puerta luego de entrar también su bicicleta: No creo que en ese hombre haya una queja, un reproche por lo que le toca.

Mandato

Sabes
me llama
entre sueños
me exige un relato
cuenta qué viste
lo que sabes
como puedas
nos queda nada
antes de abrir los ojos
encuentras
el sonido del alba
de la canilla
que olvidaste cerrar
del todo
sonríes
los gallos invisibles
atrapados en la ciudad
a la que accedes
inevitable
has saltado del vagón
piensas
tratando de recordar tu sueño
pero otro día
se presenta otro día
que te parte
exactamente por la mitad
de un lado
lo que dejaste
del otro
lo que viene