lunes, 14 de septiembre de 2009

Martín

Mi tío Martín era un activo integrante de la familia. Una especie de Organizador necesario en este grupo de seis hermanos varones ; proclives al arte y en el caso de mi padre, al desorden. En los cincuenta se vino a Buenos Aires, se hizo gendarme, cosa que tuvo el fin que tenía que tener. Un brote de locura que lo llevó a una internación de tres meses en el Hospital Borda, lugar, que muy probablemente, haya dejado huellas profundas y muy disimuladas, por su gran espíritu creativo.
Si debiera definirlo por un talento en particular, creo que de todos, era el más diverso. Podía tocar en la guitarra, un concierto de Albéniz o inventar una cancion o vender libros o escribir un cuento o tántas cosas que solo un espíritu inquieto podría emprender. Por eso, cualquier cosa que contara de sus andanzas, omitiría otra tan verídica como inverosímil.
Así lo recuerdo, tocando su vidala para Arturo, bajo un algarrobo, con su canto límpido, en la quebrada de San Lorenzo. Perfectamente lúcido, como si la locura que alguna vez lo visitara se replegara y trasmutara en su arte inocente y puro.

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