miércoles, 5 de mayo de 2010

Miguelo

Contàbamos pelìculas. Cobràbamos en especies, podrìa ser un beso, la figurita difìcil, un helado en el bar los Tribunales, un viaje en bicicleta ajena o algùn papel firmado con promesa de pago. Miguelo tenìa cierta habilidad y la estructura fìsica para representar a un trapecista o a un francotirador, en esos casos, acudìa a su rifle de aire comprimido y apuntaba hacia un punto remoto, en la pared de ladrillos al fondo de la casa. Temerario, en alguna ocasiòn, le robaba la pistola reglamentaria a mi tìo y hacìa una demostraciòn, tirando a las abundantes botellas que se apilaban en una de las paredes, vacìas, algunas con agua de lluvia, otras con el amarillento orìn de alguno de nosotros. La calamidad del barrio, eràmos eso, los impredecibles personajes de una familia de locos.
Recuerdo el fantasma de la òpera, aquella versiòn de los cincuenta, cuando los directores eran controlados por el macartismo y recurrìan a remakes de dudoso porvenir.
Aquella vez decidimos recrear la obra y con un diseño de mi hermano Josè, dibujado sobre un papel canson, distribuimos entre los chicos. Versiòn, segùn nosotros, similar a la de la pelìcula, lo que serìa un afiche, original ya que poco se parecìan entre sì, salvo la invitaciòn a la casa, en letra gòtica a las 22hs de un viernes de diciembre. El pago pasaba por algùn valor que tuvieran, hasta se aceptaba un juguete viejo, que luego donarìamos, al buen pastor con la inconfundible y saamaritana actitud fundamentalista de Miguelo, el eterno arrepentido. Otro, si la cosa tuviera el èxito esperado, proponìa un viaje en bicicleta hacia el barrio de las putas, y luego de un sorteo, el que ganara, tendrìa como premio un buen debut.
Aquella noche, con el aval del ùnico mayor, nuestro tìo menor, representamos la obra en la semioscuridad, acompañados por la mùsica de un grupo de gatos alzados, que a modo de fantasmas invisibles gemìan desesperados tras una gata en celos, invisibles, ya que la escena de excesivo realiso se desarrollaba en los altos tejados. El relato, fuè impecable a cargo de Miguelo y cumpliendo el que suscribe, la funciòn de apuntador. La obra durò media hora y no hizo falta nada màs para que los espectadores se fueran satisfechos y alguien nos propusiera instalar una suerte de espectàculo a cargo de nosotros en el que reprodujèramos, casi en vivo, los estrenos a veces prohibidos, con la participaciòn de alguna chica , cuyos servicicios serìan reconocidos y cuya interpretaciòn fuera una suerte de principio para futuras actrices, prominentes, que de no mediar algùna desgracia, terminarìan su carrera en hollywood, como Liz Taylor.
El importe recaudado, para algunos el botìn, tendrìa que ser ahora empleado en uno de los fines propuestos. Despuès de un encendido debate, y de la elocuencia del petiso Briones, un poco màs grande que nosotros, ganò la mociòn de ser invertido en una copulaciòn en el bajo y luego se precediò a sortear quien serìa el elegido, quien tambièn tendrìa que una vez consumado el acto, relatar con lujo de detalles lo que habrìa sucedido, y por esas cosas del azar, salio Miguelo.
Bueno, dijo el petiso con resignaciòn, no es injusto, ya que el ganador es un buen cuentista y bien armado, estàn de acuerdo muchachos, preguntò.
No hubo objeciones.
Quedamos en ir el sàbado despuès de almorzar, e irìamos como testigos.
Asì lo hicimos, recuerdo el silencio del grupo, el tacataca de mi corazòn, mientras pedaleabamos lentamente rumbo al sur de la ciudad, veinte chicos, la coartada era la pesca, algo que ninguno de los mayores verificarìa, ya que màs que una mojarrita o una yusca, no podrìamos pescar.
Luego de màs de una hora, llegamos, los ranchos se sucedìan uno al lado del otro, de vez en cuando alguna mujer arrojaba una palangana de agua sucia sobre la calle de tierra, los perros nos salìan al paso y ladraban sin demasiada gana. Un soldado nos preguntò que hacìamos allì, lo mismo que vos, les contestò el petiso, asì hasta detenernos frente a una casucha donde una mujer estaba recostada sobre el marco de una puerta, para que no entrara la luz, habìa una frazada a modo de cortina.
El petiso se bajo de la bici, le tocò las tetas, le preguntò el precio y vino hacia nosotros, Miguelo sobre la bici lo miraba sin ansiedad. Ya està, dijo, y mi primo la dejo suevemente en el piso y seguido por una ovaciòn se metiò empujado por la mujer, en la pieza.
Nos mantuvimos callados, a veces podìamos ver salir, un hombre con las manos en los bolsillos y la cabeza baja, siempre iguales aunque difirieran en edad y tamaño, siempre iguales, como en todas partes.
Al rato saliò Miguelo, nos fuimos pedaleando lentamente de regreso, despuès les cuento, nos dijo, màs tarde.
Ya en la puerta, hicimos un cìrculo, para escuchar el relato, una historia propia em atrevì a decir ante la aprobaciòn de todos.
Ahora hablaba el actor de la historia.
"Entrè al cuarto, estaba sin bombachas, me dijo que me bajara los pantalones, la tenès grande carajito, media francesa no me saco la blusa, solo me la metes y listo, de repente vì la cuna, un changuito que no tendrìa màs de tres meses, le dije que còmo podìa hacer eso, si no le daba verguenza, y me cortò en seco, me dijo, si no querès, jodete y pagame y es lo que hice, no pude changos, tenìa demasiada pena, le dì lo que tenìa, no pude".

No hay comentarios:

Publicar un comentario