
El loco del palo pasaba siempre a la misma hora. En las siestas invariables con su jauría de perros amarillos. Nosotros, los más atrevidos, nos burlábamos de su pobreza y de su insanía. A veces se sentaba a comer en algún umbral rodeado por sus custodios que comían a la par. Sólo él alteraba la monotonía provinciana.
Una vez logré acercarme y recibí un palazo inolvidable.
Una vez logré acercarme y recibí un palazo inolvidable.
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