martes, 16 de marzo de 2010

cada carancho


La señora quiso ver por última vez la cara de su marido. Cincuenta y cinco años de matrimonio y catorce días. Al final el tramo se había puesto denso desde el diagnóstico hasta el fin de sus días fué un calvario. Ya no recordaba aquella primera vez cuando la sacó a bailar en el centro lucence y le impactó la forma de llevarla en ese paso doble de aquí para allá, con la música de fondo.
Héctor estaba muerto y eso era todo, se quedaría con los mejores recuerdos de tantos años de matrimonio. Los peores, alguna que otra discusión, habían sido olvidados en la agonía, ya estaba perdonado y ungido. Ahora le tocaba a ella.
-este no es mi marido!!!!
Sí, no era su marido, era un hombre más joven el que estaba allí a punto de ser quemado.
La mujer llamó al sanatorio. Le dijeron que no era posible, bueno, que esperara un rato, que investigarían el caso.
Miró con cierta esperanza al hombre joven que yacía en un cajón de madera barata. Tal vez el Héctor hubiera resucitado se le dibujó una sonrisa al imaginarlo tomando el colectivo hacia su casa, mangueando un cigarrillo, él había aprendido el oficio del que consigue lo que se le niega. Apretó fuerte a su hija, esperando el milagro.
-mamá, del sanatorio.
-disculpe señora nos equivocamos, su marido está siendo velado, por error, en una casa de la colectividad.
Bueno, se dijo, al fin y al cabo pobre hombre.
El hombre más joven yacía un poco más tranquilo.
-cada carancho a su rancho, así decía mi mamá- dijo la mujer y se quedó esperando.

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