lunes, 26 de abril de 2010

No hay pobreza que alcance

Esta tarde fui a un recital de poesìa a la feria del libro. Allì, nuestros amigos como los indios de les luthiers esperan ser descubiertos, algunos buenos textos, relatos y poemas sentiràn la indiferencia y la brutalidad de la ignorancia masiva. El regateo, el sopesamiento de los mercaderes curiosos, se llevarà los sueños de tantos escritores, la feria del libro, dios me libre, la feria un tìtulo perverso, una forma de prostituciòn encubierta. Los libros seràn hojeados, como aquellas putas que se dejan tocar y oler como caballos en una feria de gitanos. Nada importa a la industria, ese lamentable medio donde el editor mira al reloj, tiene que salir con una pendeja bien provista y ambiciosa, y un futuro Hemingway sucumbirà frente a un aviso de bùsqueda de empleos seguros, acaso venda poemas en los bares, con suerte de las cañitas o como tanguito, la frustaciòn lo lleve a entregarse al paco o al suicidio. A veces me pregunto, cuanto taxista puede ser un Oliverio, cuanto mendigo un De Quincy, y allì llego, con mi escrito quejoso, leguleyo y profano.
Iba yo, casi corriendo para no llegar tarde, por Montevideo hacia Còrdoba, y lo vì.
Sentado bajo la luz de la calle, un ciruja leìa un libro. Ausente de todo, leìa una novela de papel amarillento, leìa y no le importaba lo que dentro de un rato serìa necesario para su sustento, leìa abstraìdo, hipnotizado por un relato de un viejo escritor de novelas.
Gracias a èl, un verdadero amante sin sobreactuaciones, entendì la belleza, la necesaria e instransferible funciòn del lector.
Con tipos tan ricos, no hay pobreza que alcance.

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