viernes, 15 de octubre de 2010

Benedicto Altolaguirre


Son las once de la mañana y es enero. El hombre me dá la mano.
-Benedicto Altolaguirre- dice.
Yo también me presento.
Estamos a punto de salir del tee del hoyo uno. Benedicto vestido de blanco con su sombrero panamá se pone el guante.
-Once de hándicap- su voz suena a trópico.
El campo de golf parece flotar a la orilla del Río Luján. Complicado a esta hora de viento norte sin árboles y lleno de lagunas artificiales.
Benedicto coloca la pelota suavemente sobre el pasto. Es moreno y espigado y ensaya con soltura su primer golpe una, dos tres veces. Mira hacia adelante y se imagina un tiro largo.
Procede.
Allí vá la pelota y vuela lejos y pica varias veces espantando los teros caprichosos. Ahora descansa casi invisible.
-Gracias- Dice Benedicto y se retira en silencio.
Ahora intento hacer lo mismo que él. Ensayo soy más joven, a él le calculo más de sesenta. Sin embargo y a pesar de mi esfuerzo mi tiro es mucho más corto.
-Muy bien- dice.

Ha jugado mucho mejor durante estas horas de intenso calor. Poco pude obtener de su data. Me dijo que era argentino y que vivía de ciertas inversiones en un country del lugar.
A la noche ví una película de Orson Welles. La historia ocurría en Méjico y un hombre vestido con un traje blanco y panamá se secaba la transpiración del cuello.
En un primer plano me pareció ver a Don Benedicto Altolaguirre observando la luz encendida de la ventana de un hotel barato.

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