lunes, 10 de enero de 2011

Confesión

Queda poco tiempo. Son más de las doce y mañana antes del alba vendrán. Abrirán la pesada puerta luego de asomar el rostro por la pequeña reja y tomar todos los recaudos para que no me escape. Ratas!!! y pensar que hace menos de un año se cuadraban a mi paso, temerosos de alguna observación mía. Alguien, acaso el teniente Hinostroza habrá mencionado sobre mi severidad o mi experiencia en influir sobre las personas. Mentiras!!!, era la orden del General San Martín, clara, ineludible. Hipnosis?, puede ser, sí. Nadie podía dudar de su palabra, si yo lo escuchaba toser por las noches en la vigilia de Chacabuco y me preguntaba si se trataba de aquel guerrero que nos contuvo después de Cancha Rayada, al que le untaban el pecho para que dejara de sufrir sus espasmos, luego de la travesía por los Andes.
-Coronel-me dijo
-Como hombre de confianza y experiencia, cuento con usted....
Era de pocas palabras, tan simple, compartía conmigo el tono hispánico y el respeto por el buen vino. El general.
Yo sabía que Bolívar era un mulato traidor y se lo dije.
-Ud Dávalos es un cortesano. La gente cambia, Bolívar no es diferente a nosotros, compartimos un sueño....
Después ocurrieron tantas cosas, Maipú, la declaración de la independencia, mis funciones. La Santa Lima liberada. Castelli y su loca idea de la revolución y la reforma agraria. Y los colombianos....
Después de Guayaquil, con los Colombianos esperando la retirada, acantonados, temerosos con el general Angel que había llegado a Lima casi sin derramamiento de sangre, operaron.
Entonces me dí cuenta de la traición del mulato, se lo quise advertir, tarde...
Ahora desde aquí , en una mugrienta celda, yo Toribio Dávalos aguardo pacientemente mi ejecución. Me queda un poco para recordar mi primera deserción, mi huída a Salta, el amor de Javiera, y a mi hijo Benjamín.

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