miércoles, 9 de junio de 2010

quequeq barra


Es enorme y rapado. Camina entre los autos, ordena, obedecen.
-Dejelo al lado de la camioneta blanca-dice, obedezco
Giro y allí voy. Son las seis y media de la tarde cuando estaciono y me bajo del auto. Estoy en la playa de estacionamiento del Club San Telmo, sucursal San telmo. La cancha está en la Isla Maciel. Aquí funcionan unas de fútbol cinco, Perú bajo la autopista.
-que tal profesor- estoy a su lado y aprecio de cerca la voz suave. Parece mentira que pertenezca a ese cuerpo, a esa cara de sumo con esos brazos tatuados y San Telmo escrito en sus espaldas.
Una vez por semana lo veo. Antes y después de concurrir al no menos extraño taller del Poeta Rodolfo Edwars y la poesía leída y sus sorpresivas clases.
Contar sobre su contenido sería develar secretos como la alquimia o la fórmula para hacer crecer el pelo que el bardo posee con abundancia y descaro.
En el prólogo hablamos de fútbol, de viejos jugadores, de River e Independiente o de política y el misterio del peronismo, tema más difícil que entender un poema hermético ( esto corre por mi cuenta).
Hablamos de los barrabravas y sus rebusques. Me gustaría tener su ingenio más que la generosidad de su musculatura, decimos.
Luego del ritual, el poeta me acompaña hasta la puerta. Mientras nos acercamos escuchamos el ruido de los bombos.
-Están ensayando- dice
Mientras voy hacia la playa pienso en el muchacho, en la facilidad que tendría para romper cualquier cuerpo. Los bombos ya no suenan.
Al llegar veo que hay un grupo de muchachos, algunos en moto.
-Se van al mundial?
-Sí capo.
-Cuidate- me escucho.
-Profe, este es Pablo, mi remplazo.
Le agradezco y le menciono lo que está ocurriendo con las deportaciones.
-Son los periodistas- dice y da media vuelta para dar directivas al grupo.
Me voy hacia el auto y me prergunto por la diversidad de los oficios.

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