miércoles, 15 de septiembre de 2010

Después veré

Hace frío para ser Septiembre. Son las ocho y cuarto de la mañana y camino por la avenida Santa Fe hacia Riobamba. La ciudad vá despertando y lo que era un pequeño grupo de autos se vá de a poco tornando en una horda. Al mediodía, me adelanto, profetiso, será un verdadero quilombo. Alguna sirena suena, una historia o un desenlace, un suicidio o un nacimiento. La chica de Callao me entrega un diario gratuito. Mis ojos no pueden ver la letra chica, sólo los titulares, buenas noticias, la realidad perfectamente organizada. La economía , el fútbol para todos, el modelo. Todo en orden, de menor a mayor, en contraste con el diario Clarín. Por un título descendente, catastrófico, se anota la inseguridad.
Mis ojos no alcanzan a ver el hombre sentado, cubierto con bolsas de plástico gris que combate contra el frío, como si aún se debatiera con los fantasmas de la noche, tirita, mis ojos nó, es mi ser el que se conmueve, compruebo al pasar, hace mucho que percibo sombras y algun que otro destello, hace mucho y por eso dentro de cuarenta y cinco minutos he de exponerme a una operación, sencilla con el dr Charles. El dr no es inglés, me contó la chica cuando me hizo las recomendaciones. Debe ponerse estas gotas cada seis horas cuarenta y ocho horas antes, me dijo nó no es inglés, el dr charles. Mejor, pensé, mejor así aunque para mis ojos parece inglés. Mis ojos se han vuelto de pronto muy importantes, en estos días previos y más ahora que quedan minutos."Rives tenía un ojo de vidrio y una cicatriz que le partía la cara por la mitad o acaso era otro personaje, un anticuario al que había atropellado un auto en "El amigo Americano", Ripley qué escritora la gisimithi como le decía el poeta Rojas, por Haigsmith o algo así".
Camino por Callao hacia el sur, son las ocho y cincuenta, me parece ver en la esfera de mi reloj, pienso, temo a la ceguera. Y si quedara ciego, me pregunto. Otro cuento de Benedetti, los pocillos de café, y si me hago el ciego, cuando era chico me hacía el enfermo para no ir a la escuela.
Y los días se hacían eternos. Eran días de sol y uno se sentía al pedo.
El consultorio está en Córdoba y Riobamba. Al frente, del lado par, adivino los números. No puedo verlos con claridad con estos ojos viejos. Cruzo la calle por la senda peatonal. Con cuidado, siempre hay alguien que ante la luz amarilla dobla acelerando y eso es peligroso.
Allí está, con su vidrio oscuro, toco el timbre, suena una chicharra, se abre la puerta, entro. Es una habitación larga y oscura, me acerco a la chica del mostrador, me dá un formulario. LLenelo, no viene acompañado, me dice. Me pongo los anteojos. Debo autorizar por si algo sale mal, mi firma, mis datos. Sientese y espere me dice. Me acomodo en una silla al lado de la puerta de entrada. Observo la calle, pasa una mujer hermosa y mira hacia la puerta. Me pregunto si dentro de un rato la veré del mismo modo, la piedad. La biblia habla en el génesis , las ventanas, los ojos se irán apagando, tiempo de morir.
Ahora veo un hombre con bastón blanco cruzar la calle.
Me llaman por mi nombre y allí voy.
Después veré.

No hay comentarios:

Publicar un comentario