Fué breve, una décima de segundo, bajo la nariz, un pequeño error y el corte, el filo sobre mi piel, la sangre manando. Un manantial rojo, incesante, goteando sobre el lavatorio.
Pensé en un pasaje del Lobo Estepario interpretado por mi padre. "Es cierto que los hombres nos identificamos con los animales".
El viejo frente a la luna del espejo, con la cara llena de espuma y en su mano temblorosa la gillette, bajando suavemente.
" Con esta navaja podría cortarme el cuello y morir, le dice el lobo estepario. Yo también, uno decide y a veces no quiere seguir, Churchil".
Era una mañana en aquella época en blanco y negro. Los setenta y pico. Extrañábamos, sin decirnoslo demasiadas veces a Baltasar, mi hermano, su hijo. Un espacio sin llenar. Algo vacío después de su muerte. Las cosas habían perdido con su ausencia una parte de su propiedad su significado, esencia y pureza.
"Sabés? yo soy igual al lobo o a un león decís vos, hijo mío". El viejo se ponía sensible después de una noche larga frente a la tela en blanco, bebiendo vino con la mirada perdida.
Ahora busco parar la hemorragia, el silencioso fluir de mi sangre, si me dejara mi boca sería como la de un vampiro, me miro los ojos verderojizos en el espejo. Hay algo en mi rostro, una remembranza de ese hombre que se miraba con su barba blanca de espuma y buscaba un recuerdo, una imágen.
-Ponete azúcar-me dice mi mujer desde el cuarto.
Voy hacia la cocina cubriendo la herida con papel higiénico. Azúcar para cortar la hemorragia.
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