miércoles, 4 de agosto de 2010

Milagro de Navidad


El viejo de nuestro amigo estaba muerto. Era un 25 de diciembre a la madrugada y lo habían encontrado en la cama. El viejo de nuestro amigo era una abogado sacapresos.
-Como anda el camarada?
Preguntaba mi padre por el padre de mi amigo. Eran los setenta en Salta y ese invierno estuvieron Allende y Lanusse en la ciudad. Al cano lo llevaron con cálculos en la vesícula producto de una ingesta exagerada de carne y Casillero del Diablo. Aún el crimen de la moneda estaba lejos, aún las discusiones eran meros contrapuntos, aún todo se arreglaba con un apretón de manos.
Ahora, después de los cohetes, don Carlos Papi, abogado y comunista, estaba muerto. Don Carlos hijo de Arístines Papi, pintor florentino, yacía en su cama con las sábanas tan rojas de sangre, como sus deseos. Su corazón se darramó por su boca y falleció en silencio.
Recuerdo la tristeza de nuestro amigo y la rápida lucidez de todos nosotros y la convocatoria improvisada y la multitud de los abrazos.
En esa esquina, ya entrada la noche nos reunimos con una botella de ginebra. La bebimos despacio, boca a boca, trago a trago.
Fué aquella noche en que arrojé mi pucho como si fuera un naipe, bajo los faroles en medio de la calle. Voló desde mis dedos, dibujando en el aire un giro brasoso y perfecto. Aterrizó exacto y humeante, vertical como si alguien lo hubiera cuidadosamente puesto.
No puedo olvidar la colilla, así, como si Dios la hubiera colocado de adrede, milagrosa y extraña.

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