martes, 19 de febrero de 2013

La penùltima cerveza

Limpios de polvo y paja llegamos a Cafayate hay que buscar un hotel donde refrescarnos, bajo la ducha limpiar las impurezas, dejar que el agua chorree sobre nuestro cansancio es lindo y poètico estar aquì, con los bolsos vaciados prolijamente en el ropero. Despuès de un regateo conseguimos una linda habitaciòn de un tercer piso, si corremos las cortinas podemos ver una piscina, unas sombrillas, y alguno que otro pasajero intentar un largo que por la altura nunca llega.
Gerardo es el que mantiene la pileta, en una pequeña entrevista nos enteramos que es porteño y que hace veinte años que vive allì.
-y aquì he de quedarme- nos dice mientras acaricia un pequeño cooquer- este es mi lugar en el mundo, me encargo de mantener limpia la pileta y de la confiterìa y de saborear los buenos vinos.
En la confiterìa a pesar de ser las once de la mañana podemos ver una mesa que guarda los restos de una noche, migas de pan, botellas vacìas, moscas que se asientan sobre lo que fuera acaso  una ensalada.
Un poco raro todo esto, nos decimos con mi mujer y emprendemos una caminata de seis kilòmetros de subida hacia el rìo Colorado, nos divertimos hasta que las piedars nos duelen es un viaje entre viñedos y nos pasan algunos ciclistas agotados.
Marina, mi mujer, les dice que falta menos y me comenta el engaño hacia esta pobre gente, andar en bicicleta mientras el valle a nuestras espaldas se extiende cada vez màs lejano. Le digo que es una especialidad de los lugareños y discutimos si en Sorrento pasa lo mismo, al final concluimos que sì, que el extranjero està preparado para las excentricidades.
Despuès de dos horas de forzosa caminata llegamos a la quebrada del cerro colorado. Atravesamos un futuro Country que ha de construir un antiguo y quebrado bodeguero hay una casa en ruinas Belle Epoque que se constituirà, creo en el club house, tambièn un muchacho que azota un caballo.
Cosas de la globalizaciòn, grandes hoteles para que vengan inversores a comer LLamas y otras especies en extinciòn y rìos llenos de truchas que han de ser arrasados mientras botellas de Jack Daniels, sin ningùn mensaje han de bajar navegando hacia el rìo Calchaquì.
Ahora estamos en el cuarto y nos disponemos a comer en la confiterìa junto a la romàntica pileta. Es temprano aùn y las mesas estàn vacìas saalvo una en la que està sentado Edgardo junto a un grupo de personas. Hay demasiadas botellas para los componentes.
-Que van a querer
-que nos recomienda...
-todo lo que està en la carta
Elegimos un bifecito de chorizo y una milanga.
-soy enterriano y me enamorè de cafayate- nos dice el mozo que no tendrà màs de cincuenta el pelito blanco y unos pocos dientes- mejor dicho de una cafayateña.
Và y viene, se desempeña con la soltura de un veterano ,de vez en cuando mira a Edgardo que bebe en la mesa del fondo que parece entregado a la bebida. Ahora se despiden y Gerardo el encargado bamboleante se dirige al parque y se derrumba en una silla con una botella de cerveza.
El mozo mientras nos muestra la cuenta lo mira a travès de la ventana.
-y cuando no trabajo acà dirijo la orquesta del pueblo- nos dice- me llamo Oscar.
-bueno hasta mañana nos decimos.
Ya desde el cuarto miramos por la ventana, bajo una sombrilla Edgardo y Oscar beben abrazados su penùltima cerveza.

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